martes, 31 de agosto de 2010

She is the sun.

Puede que aquella fuera la puesta de sol más bonita que mis ojos vieron jamás. O tal vez ya he visto muchas iguales pero nunca me había parado a observarlas detenidamente. Era como el fin del mundo ante mí, a lo lejos, casi parecía poder acariciarlo con la yema de los dedos si estiraba mi mano, pero no, nunca lo alcanzaba. He oído decir en multitud de ocasiones: "No hay nada imposible si crees en ello", yo creía, pues era lo único que me quedaba, pero no me bastó. Todo aquello que me importaba, resultaba inalcanzable. Me sentía imbécil, persiguiendo cosas que jamás conseguiría y creyendo en sueños que nunca realizaré. Allí, ante aquella puesta de sol, lloré como nunca antes lo había hecho. Unos días, el sol me hacía sonreír, otros, era capaz de traerme el más triste llanto. Creo que fue lo único en mi vida, que pudo hacerme sentir ambas cosas tan diferentes. Y por ello, tan sólo por hacerme sentir, llegué a necesitar el sol como nunca a nada ni nadie. Llegué a amar su resplandeciente luz, a desear verlo con toda mi alma, a llorar en la oscura noche y casi a volverme loco de atar. Y todo, porque me hacía pensar, hacía que tuviera algo por lo que preocuparme, algo que me hiciera feliz con sólo su presencia. Resultará estúpido, imposible y seguramente sonará a locura, pero, ¿Sabéis? Ella era mi sol, y sin mi sol, yo no podía vivir. Muchas veces deseé quedarme ciego y abandonar este dolor tan grande, pero un día alguien me recordó que las personas estamos hechas para luchar, para resistir y no dimitir jamás. Y es cierto, demos gracias a la esperanza o odiémosla eternamente, pero en verdad, es por ella por quien seguimos vivos en nuestro interior.


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