viernes, 8 de agosto de 2014

Con el tiempo aprendes a bailar bajo la lluvia, en vez de esperar a que pase la tormenta.

Hay puertas que hacen a uno imaginar quién podría vivir detrás. Existen puertas cerradas, puertas entreabiertas, puertas grandes y pesadas con múltiples cerrojos, puertas de cristal... hay puertas de todo tipo, para personas de todo tipo (las combinaciones pueden ser infinitas).
Unos se esconden bajo el miedo; algunos tan sólo están a la espera de que llegue algo o alguien que les haga felices, en vez de salir por sí mismos a buscar lo que quieren. Otros se esconden bajo una transparencia engañosa, se exhiben lustrosos pero son vulnerables porque cuidan tanto de lo externo que se olvidan de sí mismos.
A veces, todos nos escondemos bajo puertas que nos protejan, que nos aislen, o bajo puertas repletas de gente buscando sentirnos menos solos, menos vacíos... Sin darnos cuenta de que son esas mismas puertas las que nos encierran y amordazan. Yo pasé mucho tiempo perdida en una habitación que parecía no tener puerta de salida, y es que a veces nuestras experiencias nos hacen encerrarnos en dinámicas de repetición que sólo nos perjudican.

¿Pero sabéis qué? Que es mi casa ¡y construyo una puerta donde me da la gana! Porque el esfuerzo invertido en hacer esa puerta será ínfimo en comparación con la recompensa de ver el exterior. La puerta será mi canal de salida al mundo y la entrada a mi lugar de recogimiento, (al que al fin podré llamar hogar).
Cuando por fin he acabado la puerta, decido que quiero que mi casa respire de todo lo bueno que la rodea así que construyo una ventana y salgo al exterior. Salgo, salgo a ver mundo. Porque yo no me quiero quedar en mi jaula dorada, yo no quiero estancarme en mi vacío, yo no pienso pasarme mi vida protegiendo lo que he conseguido como si ese fuese a ser mi mayor logro en la vida. Así que salgo a caminar, y deslumbrada por la luz del día, me olvido de cerrar la puerta.
El terreno que rodea mi casa es un paraje majestuoso, así que me dejo llevar por un sendero cualquiera hasta que bajando por una colina me resbalo y caigo al suelo. Rompo a llorar mientras maldigo haber salido de casa. Me he hecho un pequeño corte así que decido volver para curármelo. Al llegar, veo la puerta abierta y descubro que me han robado, (y maldigo nuevamente mi decisión de haber salido de casa). Durante un par de días permanezco allí, pero acabo aburrida y hastiada, y me doy cuenta de que no hay nada de valor en mi casa que puedan quitarme. Nada irrecuperable, y por supuesto nada tan intrigante y reconfortante como el exterior. Así que decido salir de nuevo. Y de nuevo dejo la puerta abierta, pero esta vez adrede, (quizá alguien al pasar por aquí se sorprenda y quiera construirse también una puerta en su hogar. Así que ¿qué mejor que mi experiencia pueda servirle de inspiración?)
Cojo las llaves de mi casa, me adentro en el bosque y mientras bajo la traicionera colina descubro un lugar de ensueño: un lago de un color azul turquesa y una cascada inmensa.
Avanzo despacio para no errar,  y maldigo esta vez no haber seguido mi camino el otro día... pero es que cuando estamos mal, nos obcecamos tanto en nuestras desgracias que alejamos lo bueno de nuestro camino, simplemente porque no le damos pie a que aparezca en él. Nos cerramos puertas por habernos tropezado alguna vez a medio viaje, en vez de aprender de nuestros errores y variar nuestras acciones para llegar más lejos. Los miedos están para vencerlos, para entenderlos y superarlos. Están para alertarnos y demostrarnos que pueden pasar cosas inesperadas, que podemos tropezar en nuestro camino con un nuevo obstáculo y que podemos fallar en nuestro objetivo, pero eso jamás quiere decir que no podamos conseguirlo. Tan sólo es señal de que debemos progresar, de que debemos cambiar nuestros puntos de mira y transformar nuestras formas de entender lo que nos sucede.

Y es que, después de mi experiencia, todo lo que puedo decir es que la vida es evolución constante. Nuestra vida es un proceso dentro de algo todavía mayor, y es por eso que puede llegar a ser tan maravillosa.

Jamás podremos calcular las piedras con las que impactaremos en nuestro camino ni elegir de ante mano los visitantes en nuestras puertas, pero sí podremos decidir cómo tratar con esos visitantes y cómo aprender a levantarnos con cada piedra que nos haga caer.

1 comentario:

  1. Espero que se te aparezcan muchas puertas maravillosas todos los días, y que sepas cómo abrirlas

    ResponderEliminar