viernes, 13 de mayo de 2011

Escuchando el silencio.

Aquella desconocida no era una mujer dulce. Sus rasgos eran marcados, duros y tremendamente sexys. Pelo corto, culo perfecto, cintura de avispa y un par de tetas altamente envidiables. Sus ojos, tapados por su flequillo castaño, eran tan penetrantes y turbios que me producían escalofríos en la nuca. Aquella mujer del cigarro era todo un enigma, y toda una belleza, he de confesar... Me encantaba su boca, de la cual salía más humo que palabras. Humo denso, como el de aquella habitación. Tumbadas sobre la cama, contemplábamos el techo, pintado con miles de colores, que me recordaban las vidrieras de las iglesias de cuando era niña.
Apenas hablábamos, nos mirábamos, nos sentíamos... ¿Para qué hablar si puedes transmitir mucho más en silencio? Yo acababa de encontrar a la primera persona de mi vida que sabía callarse, y joder, ¡Qué bien lo hacía! Era maravilloso, podía sentir su corazón, oírlo, interpretarlo y ella el mío. Sólo nos hacía falta tocarnos, mirarnos... sentirlo juntas. La primera vez que nos besamos sentí que no quería volver a besar otros labios que no fueran los suyos.
Es difícil de expresar, ¿Cómo se puede explicar con palabras algo que únicamente se siente? He ahí el secreto. Nuestro secreto. Yo ni siquiera sabía su nombre, ni ella el mío. No queríamos conocerlo, ¿para qué?
Nos llamábamos a besos.

Nos desnudábamos, nos abrazábamos, nos reíamos, y por su puesto, follábamos lo indecible. Sentíamos, y nunca nos cansábamos porque cada día era diferente.
Poco a poco nos fuimos conociendo, más con gestos que con palabras, pero bueno, tampoco todo eran silencios.

Estuvimos meses juntas, no sé cuántos, pero se me pasaron volando. Tal vez años... La vida con ella transcurría de otra forma, el mundo se paraba a nuestros pies, se detenía y dejaba que nuestras vidas se entrelazasen, al igual que nuestros cuerpos. Sin duda, fue la mejor etapa de mi vida. Nunca existieron dos almas tan parecidas en el mundo como para fusionarse, pero las nuestras, parecían una sola por momentos.
Entre las sábanas, perdimos la noción del tiempo... pero un día, algo nos devolvió a ambas a la tierra de una patada... Todo cambió en aquella mañana de 4 de diciembre, y con tan sólo mencionar una palabra: Cáncer.
Ella llevaba un tiempo encontrándose mal, con dolores de cabeza y mareos... no le dimos mucha importancia, pero con el tiempo fue a más. Esa mañana, se desmayó... fuimos al hospital y recuperó la conciencia, pero después de unas cuantas pruebas, el médico confirmó sus temores: Tenía un tumor maligno alojado en el cerebro. Se estaba muriendo, y no podían hacer nada por salvar su vida.

Mil silencios a su lado alegraron mi vida y apenas una palabra de aquel médico, bastó para destruirlo todo. Las palabras son tóxicas, dañan, hasta el punto de llegar a matar.
No le quedaba mucho, tal vez dos o tres meses....
Por primera vez desde que la conocí, comencé a medir los días.
El tiempo había regresado a nosotras, y a contrareloj. Parece que lo que la vida te da por un lado, te lo quita por otro, pero yo no era capaz de asimilarlo. Intentamos aprovechar el tiempo que nos quedaba de la mejor manera que sabíamos, y lo hicimos, aunque no era como antes. Nosotras no teníamos pensado qué hacer, no había planes de futuro, ni dudas, ni relojes. Pero a partir de ese momento nuestras vidas dieron un vuelco y aparecieron las preguntas. Teníamos miedo, pánico. Sólo juntas éramos capaces de evitar el mundo... y ahora ella se iba evaporando, y yo iba viendo como sus ojos se consumían, como su cuerpo, se marchitaba y como sus palabras, comenzaban a dañarme. Dolía la desesperación, la impotencia. Dolía ver el final. Dolía ver que todo lo que habíamos construído, se destruía de ese modo.
Una tarde de febrero, ella comenzó a hablar de una forma que yo nunca le había escuchado...

-No me queda tiempo... Siento como me desvanezco... me pesan hasta las pestañas y respirar me es insufrible... -murmuró con un hilo de voz- En todo este tiempo, hemos guardado los "te quiero" para darles un buen uso, un uso exclusivamente nuestro, para que no pierdan significado, pero, ¿Sabes? Tengo miedo y ahora siento la necesidad de quererte más que nunca y de agradecerte, con palabras, el haber aparecido en mi vida. La has cambiado, me has hecho feliz, feliz de verdad.
Creo que lo que hemos tenido, ha sido único. Las palabras solo son necesarias cuando se tiene miedo, es un intento de aportar mayor seguridad a uno mismo... simplemente te pido que no tengas miedo, que seas valiente ya que yo no lo soy, y que escuches los silencios, que yo estaré ahí. Has aprendido a encontrarme en el silencio, tan solo es cuestión de que lo sigas haciendo.

Yo no tuve fuerzas para contestarle nada. Me limité a abrazarla y a llorar, lloré como nunca en toda mi vida.
Dos días más tarde, por la noche, mientras yo preparaba la cena, ella se quedó dormida y ya no despertó. Cuando fui a su lado, por un instante noté un vacío en aquel dormitorio, un vacío que jamás había notado... pero solo por un instante.

3 comentarios: