Cuando era pequeña me gustaba tanto correr, que siempre iba corriendo a todos lados, aunque me sobrase el tiempo. Corría a complacer el deseo ajeno en vez de detenerme a observar el mío propio. Y corría tanto, para llegar a tiempo a las demandas de todo el mundo, que me acostumbré a las prisas y olvidé satisfacerme a mí primero. Pasé mi infancia escapando, escapando de mí misma. Viviendo más en el futuro que en el presente. Yendo a contrareloj, buscando una libertad de la cual yo me estaba privando... Pero no era capaz de verlo. Llegué a escapar tan rápido que mis pies olvidaron el camino que recorrían, y tropezaron con su propio reflejo, (pues no había ningún perseguidor en mi huída). Caí al suelo y me rompí el alma. Y sólo cuando me detuve a observar lo que había pasado, pude empezar a caminar de nuevo. Aprendí a andar a la par que aprendí a quererme y a respetarme. Aprendí a satisfacer mis deseos cuando detuve mi paso y me permití experimentar y descubrir lo que realmente quería. Aprendí a perdonar a los demás cuando comprendí mis propios errores y dejé de castigarme enmendándolos una y otra vez... Cuando me di cuenta de toda la energía que había despilfarrado, entendí que, si uno huye de sí mismo, su prisión siempre irá con él.
Gracias, eres genial
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