Su piel era como la de una pequeña y hermosa flor que acaba de brotar, así pues, la trataba con exquisito cuidado. Recorría su cuerpo con la yema de los dedos. Besaba sus tersos labios y acariciaba su sedoso cabello, deseando, que aquello no cesara nunca. Se enredaba en su pelo y desvanecía sobre su cálido pecho. Observaba sus ojos, y en su mirada al fin se veía a sí mismo. Ahora sabía que sin el uno, no había el otro, sabía que aquello era eterno pues había dejado huella sobre ambos corazones y si esa marca se intentaba borrar, ambos romperían.
Ya te dije en tuenti que me encanta. Escribes demasiado bien. Tenemos que escribir cosas juntas, sería genial!
ResponderEliminarUn beso enorme Sofía!
Me gusta esa fragilidad.
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